La muerte se ha olvidado de nosotros y en este entorno aséptico de silenciosas paredes los únicos que parecen estar vivos son esa enfermera un poco entrada en carnes que rebosa amabilidad y el maldito reloj que con su eterno tic-tac nos acompaña permanentemente.
El café ya humea en el comedor junto a las galletas, pero Antonio hoy no ha bajado a desayunar. Miro inquisitivo a la enfermera y leo la respuesta en sus ojos tristes. Parece que por fin alguien se ha acordado de él.
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