miércoles, 3 de abril de 2019

Los besos que no se dan

Los besos que no se dan
acaban tirados
en calles solitarias
por las que hasta los gatos
se olvidan de pasar.

Los besos que no se dan se mueren
olvidados en el fondo de un cajón,
ataúdes blancos que se abren a mi paso
cuando a la memoria le da por recordar.

Me muestran su interior vacío,
rojo satén de unos labios
que nunca llegaron a tocarlos.

Los besos que no se dan son pájaros
con las alas cortadas,
ilusiones de una mariposa
que quiso salir de su cárcel de seda,
muriendo antes de nacer.

Los besos que no se dan
queman los labios,
agrietan los versos
de aquellos que se aman sin saberlo.

Y gritan en silencio
una y mil veces
muriendo dentro de quién los lleva.

Los besos que no se dan
son estrellas rotas
de una noche de verano,
miradas ciegas
de invidente complicidad
incapaces de ver los cristales
en el agua
del que bebe en un desierto.

Una copa de vino vacía,
palabras pronunciadas en la noche
cuando todos duermen,
la brisa del mar jugando sobre el rostro
de quien ya no siente nada.

Una lágrima escondida detrás de una tormenta.

Así son los besos que no se dan.

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